Kirby había esperado toda la semana por este día. Él y su mejor amigo Austin habían juntado todo tipo de envases para usar como moldes en su castillo de arena. Hasta habían dibujado un plano. Este año, sabían que podrían ganar el premio por el mejor castillo de arena de su categoría.
Llegaron temprano a la playa y marcaron su área. Se pusieron a trabajar enseguida. Había niños de todas las edades construyendo castillos de arena. El de Kirby y Austin adelantaba rápido y se veía magnífico.
Kirby acabada de volcar el último molde de arena sobre la torre cuando un niño que perseguía a otro, muy robusto, pasó corriendo. Justo cuando el niño grandote llegó al castillo lo saltó, pero el que lo perseguía no tenía piernas tan largas y derrumbó una parte grande. Y lo peor, ambos rieron mientras se alejaban corriendo. Austin estaba atónito, pero Kirby estaba furioso
-¡NO…NO…NO! -gritó-. ¿POR QUÉ? -entonces tomó el cubo más grande y comenzó a derribar el castillo mientras gritaba. Echaba arena a todas partes y en segundos el precioso castillo ya no existía.
-¡Kirby! -le gritó Austin-. Lo podíamos haber arreglado. Oh, ¡qué mal!
Austin se alejó.
La mamá de Austin, que los había acompañado a la playa, se acercó y se juntó junto a Kirby.
-Kirby -le dijo-, cuando permites que tu ira ye indique qué hacer, nadie gana. Tú, menos que nadie. Al final, fuiste tú con tu ira quien destrozó el castillo, y no esos niños.
Cuando alguien te hace enojar, cuenta hasta diez antes de actuar o hablar. Pídele a Dios que te ayude a no responder con ira.
La ira en sí daña más que la condición que lo causó.
Controla tu ira.