Era un evangelista firme y de éxito, y cada domingo que predicaba, al menos una persona se convertía.
Un día antes de comenzar el servicio de adoración, un amigo le visitó y le preguntó:
--¿Por qué tienes tanto éxito?
--Ven conmigo--dijo Moore.
Llevó al visitante al sótano donde había un grupo de personas reunidas en oración. Había setenta hombres orando fervientemente por él y por el servicio de adoración que estaba a punto de comenzar.
Cuando los compañeros de oración terminaron, subieron en silencio las escaleras hacia el servicio. Moore se volvió a su amigo y dijo:
--Fíjate dónde se sientan--continuó Moore.
--¿Qué quieres decir?--le preguntó al observar cómo se diseminaban por todo el santuario.
--Mira--dijo Moore--.Se sientan esparcidos en el salón y los lugares en que cada uno de ellos se sientan se transforman en algo así como el centro de un calor divino que, cualquiera que esté sentado a su lado congelado en su pecado, está sujeto a descongelarse antes del que el servicio termine.
Cuando un grupo de personas levanta su iglesia y se asocia con su líder en oración, suceden cosas increíbles. La Biblia está llena de ejemplos de lo que ocurre cuando las personas se agrupan en equipo. Por ejemplo, en Mateo 18.19-20 Jesús dijo: «Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
¡Qué increíble promesa! Nos asegura que hay poder en la oración colectiva. Y al aumentar el número de personas que oran, también aumenta el poder de sus oraciones.
Como dice en Deuteronomio 32.30: «¿Cómo podría perseguir uno a mil, y dos hacer huir a diez mil, si su Roca no los hubiese vendido, y El Señor no los hubiera entregado?» Dios está con nosotros cuando oramos juntos y lo que suceda como resultado puede ser asombroso.
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